No es que haya serias dudas acerca de la victoria de Nayib Bukele en las elecciones presidenciales salvadoreñas. Lo que sí llama la atención es la celeridad con que diversos gobiernos se apresuraron a felicitar al mandatario reelecto, incluyendo a algunos tan disímiles como los de Estados Unidos y Nicaragua. Porque, de facto, el Tribunal Supremo Electoral de El Salvador apenas comenzó este miércoles (07.02.24) el escrutinio final. Eso, sin olvidar las irregularidades que se han denunciado en el proceso electoral.
“El hecho de felicitar a Bukele sin resultados oficiales me pareció prematuro, irresponsable y también populista”, dice a DW Ana María Méndez, directora para Centroamérica de WOLA, un centro de estudios y promoción de los derechos humanos en América, con sede en Washington. Méndez atribuye a la gran popularidad del presidente salvadoreño “el silencio de la comunidad internacional ante graves violaciones de derechos humanos y el desafío que ha hecho Bukele a la democracia”.
Danilo Miranda, profesor del departamento de sociología y ciencias políticas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, analiza las motivaciones del respaldo a Bukele ante el trasfondo de la crisis migratoria. En conversación con DW, Miranda indica que a Estados Unidos y otros “les conviene mantener cierta estabilidad, aunque sea una estabilidad autoritaria, un orden autoritario, en Centroamérica. Por eso apoyan, o al menos guardan una posición neutral frente a los autoritarismos en la región”.
La popularidad de Bukele
El académico salvadoreño plantea además que varios países, también de Europa, “enfrentan un auge de fuerzas políticas de extrema derecha, o de carácter populista, o iliberales, que han puesto en una posición de debilidad a las fuerzas que presumen más de democráticas”.
Esa puede ser otra hipótesis de por qué no confrontan a “un presidente que, además, ha logrado cultivar una imagen de popularidad, que ante el mundo aparece, si bien como autócrata, como un autócrata cool”, dice. “Se distingue de las viejas dictaduras clásicas, presenta todos los rituales del juego democrático que exige la comunidad internacional, aun cuando se violen sistemáticamente las normas básicas de la democracia”.
Nayib Bukele goza de esa popularidad indiscutida, debido principalmente a la reducción de las tasas de violencia criminal en su país. “Yo creo que Bukele fue muy hábil en politizar el miedo a las pandillas. A cambio de mayor seguridad, las personas cedieron derechos. Y cedieron derechos que costaron muchos años, incluyendo una guerra de por medio en el caso salvadoreño”, apunta Ana María Méndez.
Miranda coincide, apuntando: “Por supuesto que las personas ven bien sentirse seguras, aunque no alcancen a medir las consecuencias que esto puede tener en el largo plazo. Es una forma de sacrificar la libertad a cambio de la providencia básica de seguridad. Se antepone la seguridad a otros derechos”.
Explica que se acusa a la oposición de estar a favor de los delincuentes y se ha criminalizado la protesta social y la disidencia. “Todo se ha reducido al tema de la seguridad en la narrativa del oficialismo salvadoreño y, por lo tanto, ese fue el foco de la comunicación política en las elecciones, sin tocar otros problemas gravísimos, estructurales y profundos”.
¿Modelo de exportación?
La delincuencia y la violencia del crimen organizado se han convertido también en una de las preocupaciones principales en buena parte de la región. “En cada uno de los países podemos encontrar distintos problemas de seguridad, que rompen con el tejido social, que violentan a las comunidades. Ahora estamos viendo el caso ecuatoriano, por ejemplo, muy grave, muy desgarrado”, dice Miranda.
Eso lleva a que haya “sectores que aplauden lo que se hado en conocer como el ‘modelo Bukele’, que es además muy difuso, pero que de fondo tiene una concentración del poder, una forma punitiva de abordar un problema social como la seguridad pública, y también una mayor presencia militar”.
dw