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Trump agita la división en la víspera del 4 de julio y denuncia “el nuevo fascismo de la extrema izquierda”

Erosionado por la crisis y a cuatro meses de las elecciones, el presidente alerta contra la “revolución cultural de la izquierda” en un sombrío discurso desde el monte Rushmore.-

Donald Trump lanzó este viernes por la noche, víspera del 4 de julio, un discurso furibundo en el que acusó a la “extrema izquierda estadounidense” de haberse convertido en un “nuevo fascismo” que trata de acabar con la libertad y los valores de Estados Unidos. En un momento crítico para la nación, con la peor pandemia en un siglo, una grave crisis económica y grandes movilizaciones contra el racismo, el presidente azuzó las divisiones durante un acto multitudinario en el monte Rushmore (Dakota del Sur), el famoso parque nacional que acoge las efigies de presidentes talladas en las rocas de las colinas Negras. La velada ya había comenzado envenenada, polémica por partida doble, pues el lugar supone una afrenta para los nativos americanos y el acontecimiento un riesgo ante la pandemia. Cuando Trump tomó el micrófono, se desbordó.

“En nuestras escuelas, nuestras redacciones, hasta en nuestros consejos de administración hay un nuevo fascismo de extrema izquierda que pide lealtad absoluta. Si no hablas su idioma, no practicas sus rituales, recitas sus mantras y sigues sus mandamientos, serás censurado, perseguido y castigado”, dijo el republicano ante un público entregado, que le interrumpía de cuando en cuando al grito de “USA, USA, USA”. Trump atacó a las “turbas enfadadas que intentan tirar abajo las estatuas de los fundadores”, en referencia a las últimas movilizaciones contra las estatuas y monumentos que homenajean a figuras del pasado supremacista o colonial. Acto seguido, alertó contra “la revolución cultural de la izquierda diseñada para derrocar la revolución estadounidense”.

El presidente llegaba a las celebraciones del Día de la Independencia americana tras un junio horribilis. Al repunte del coronavirus se ha añadido el estallido social contra el racismo y su caída en los sondeos. En las protestas contra algunos monumentos nacionales, con todo, ha encontrado una veta de la que tirar mientras arrecian las críticas a su gestión. Este viernes, en medio de un grave repunte del coronavirus y con casi 130.000 muertos a la espalda, apenas mencionó la pandemia y centró la mayor parte del discurso en la simbología nacional. Lo hizo en el mejor escenario posible, ese monte Rushmore que está grabado en la cultura popular de medio mundo, pero cuya historia es, como la de muchas obras colosales, una historia de dolor.

Para construirlo, el Gobierno estadounidense arrebató esas tierras a la tribu sioux, cuya soberanía sobre ellas le estaba reconocida desde un tratado de 1868. Las obras, que se desarrollaron entre 1927 y 1941, significaron además una profanación para los indígenas, pues consideraban el lugar sagrado. Y las esculturas representan a los padres de la patria para el estadounidense medio, pero también un pasado que a muchos descendientes de los marginados no les gusta celebrar. George Washington (presidente de 1789 a 1797) y Thomas Jefferson (1801-1809) fueron propietarios de esclavos. Abraham Lincoln (1861-1865) abolió esa aberración, pero también ordenó la ejecución de 38 indios sioux -la mayor de la historia del país- durante la guerra de Dakota (1862). Y de Theodore Roosevelt (1901-1909) se recuerda esta frase: “No voy a ir tan lejos como para decir que los únicos indios buenos son los indios muertos, pero nueve de cada 10 lo son, y no debería investigar demasiado sobre el décimo”.

El tradicional rechazo de los nativos americanos a este monumento ha tomado fuerza a lomos de las últimas movilizaciones. “Este monumento nunca será profanado. Estos héroes nunca serán desfigurados. Su legado nunca, nunca será destruido”, recalcó Trump durante su discurso.

Unas horas antes, un centenar de manifestantes, nativos americanos en su mayoría, cortó una de las carreteras que llevan al parque en señal de protesta, según Associated Press. La celebración había despertado críticas por contravenir las recomendaciones más básicas de los propios asesores científicos de la Casa Blanca para frenar los contagios de la covid-19. Fue multitudinario, no se guardó la distancia de seguridad requerida y no se exigió el uso de mascarillas. A juzgar por las imágenes de televisión, estas brillaron por su ausencia, al igual que en el mitin que el presidente celebró en Tulsa (Oklahoma) hace dos semanas.

El republicano sigue instalado en la negación ante la pandemia, pese a la evidencia del rebrote: el número de nuevos contagios diarios lleva dos días marcando récords en el país, donde han muerto ya cerca de 130.000 personas. Incluso territorios tan alineados con Trump en la minimización de la pandemia como Texas han cambiado de tercio y su gobernador acabó el jueves por hacer obligatorio el uso de la mascarilla en la mayor parte del territorio. El presidente, por su parte, insiste en el mensaje de que el virus “simplemente desaparecerá” y ha evitado los llamamientos a la prudencia o al freno en la reapertura del país. “Creo que va a ir bien, creo que en algún momento va a desaparecer sin más, espero”, dijo el miércoles en la Fox. En dos semanas, los contagios han crecido un 90% en Estados Unidos, y ya suman 2,7 millones.

Este viernes pasó de puntillas por esta crisis e insistió en la fortaleza estadounidense. “Diremos la verdad tal como es, sin disculparnos: Estados Unidos de América es el país más justo y excepcional que haya existido en la Tierra”, se arrancó en un momento de la intervención. Tras el discurso, hubo fuegos artificiales. Este sábado, Trump pasará el 4 de julio en Washington, donde pronunciará otro discurso, como hizo el año pasado. También se espera pirotecnia, en sentido literal y figurado.

Fuente: El País (España) 

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